martes, 29 de abril de 2008

A VUELTAS CON EL CACHETE

Al igual que José Miguel Gaona, me he quedado sorprendida por la noticia que ha aparecido hace unos días sobre una madre que lleva sin ver a sus hijos cuatro años por una bofetada que propinó a la menor de ellos cuando tenía 7 años (y a la que no podrá ver durante 21 meses más, porque ahora ha salido la sentencia y la orden de alejamiento). Sinceramente, no entiendo cómo un juez, sin que consten antecedentes de malos tratos por parte de la madre, pueda pensar que lo mejor para esa hija es estar separada durante más de 5 años de su madre. No veo que se actúe con la misma “diligencia” en casos mucho más graves de maltrato. ¿Qué le va afectar más psicológicamente, la bofetada o esos años sin tener relación con su madre? Incluso en casos de malos tratos confirmados, hay que actuar en los dos frentes: en el de la víctima (lo primero es su protección) y en el de la familia maltratadora para, siempre que sea posible, reestructurar el tejido familiar.

Dicho esto, estoy totalmente en contra del uso de la bofetada o el azote como estrategia educativa y comparto totalmente el espíritu de la reforma del Código Civil que sustituye la potestad de los padres para “corregir razonable y moderadamente a los menores” por el “respeto de su integridad física y psicológica”. Es evidente que no vamos a poner un policía en cada casa y que no vamos a castigar con medidas desproporcionadas a un padre por dar un azote a su hijo, pero creo que es bueno que nuestras leyes dejen claro que el uso de la violencia no está permitido en ningún contexto.

Ni siquiera defiendo el golpe en la mano que muchos justifican para que un bebé no toque el enchufe. Un "NO" firme y con expresión seria son suficientes.

Y me parece peor la defensa que muchos –según una encuesta del CIS, el 56%– hacen del cachete como una medida educativa necesaria y positiva, que la ocasional pérdida de control que te hace dar un azote a tu hijo. Porque en estos casos, suele ir acompañada de sentimientos de culpa y frustración y, por tanto, de propósito de enmienda y de deseos de que no vuelva a pasar.

Uno de los argumentos que dan los que justifican el castigo físico “moderado y correctivo” es que ellos también lo sufrieron y no les ha quedado ningún trauma, sino que afirman, por el contrario, que les ha venido bien. Bueno, me gustaría que pensasen cómo se sintieron entonces: el miedo, el dolor, la humillación, la percepción de injusticia.

El castigo físico lo que revela es nuestra impotencia para solucionar las cosas de otra forma, nuestra carencia de recursos educativos; y al niño sólo le enseña que, ante la falta de argumentos o estrategias más positivas, la agresión está justificada. No le enseña la forma correcta de actuar y daña su autoestima, pudiendo generar en él diferentes tipos de reacciones, ninguna de ellas positiva: miedo, inseguridad ante lo que está bien o está mal (sobre todo en el caso de maltrato reiterado y arbitrario), rebeldía, agresividad, etc.

Existen muchas medidas más apropiadas para educar a nuestros hijos:
- La fijación de límites y normas claras, que facilitan a nuestro hijo el portarse bien.
- El refuerzo cariñoso de sus buenas conductas, prestando atención a su buen comportamiento, más que a sus errores. Cuanto más reforcemos una conducta, más probabilidades tendremos de que se repita.
- El uso de castigos moderados y proporcionados a la falta que, preferiblemente, deben ser conocidos de antemano por el niño.
- La asignación de responsabilidades adecuadas a su edad, que le educarán en el esfuerzo, la voluntad y la capacidad de ponerse en el lugar del otro.
- La negociación, cuando van haciéndose mayores, de unas normas básicas de convivencia.

Y, si vemos que vamos a perder el control, es mejor que contemos hasta diez o que nos retiremos o retiremos al niño . En fin, seguro que si no tenemos que recurrir al castigo físico o psicológico de nuestros hijos, todos nos sentiremos más felices, satisfechos y orgullosos.

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